domingo, 25 de noviembre de 2012

Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra
| 17 Noviembre, 2012
En el anteporyecto de ley que ha preparado el Gobierno (la para mí catastrófica LOMCE)
aparece más de cien veces la palabra evaluación. Hay, desde principio a fin, una obsesión
preocupante por la evaluación. ¿Por qué preocupante? Porque parece que la evaluación, en
lugar de un medio para mejorar, se convierte en un fin en sí misma.
La preocupación aumenta si se trata de
evaluación externa y frecuente (3º y 6ª de
Educación Primaria, 2º y 4º de ESO y 2º de
Bachillerato). Parece que solo la evaluación que
hacen los expertos desde fuera es la que tiene
rigor. Ese hecho entraña una indiscutible
desconfianza sobre la evaluación que realiza el
profesorado. Esa evaluación se hace solo sobre
los resultados de los alumnos. Los procesos no
se tienen en cuenta.
Creo que existe en el anteproyecto una delirante
preocupación por la medición. Se trata de una
obsesión por pesar al pollo. En efecto, se quiere
dedicar más tiempo, más esfuerzo y más dinero
a pesar al pollo que a engordarlo. Las
preocupaciones más importantes respecto al
desarrollo del pollo, serían las siguientes: pesarlo,
compararlo, seleccionarlo y clasificarlo.
Se trata de saber cuánto ha engordado, quién ha
engordado más que quién y a quiénes hay que
eliminar por no haber conseguido el nivel deseable. Pero hay menos preocupación por
alimentarlo de forma equilibrada, sana y rica. Prueba de ello es que habrá más alumnos y
alumnas por aula, peores condiciones de trabajo para el profesorado, más horas lectivas,
menos medios didácticos… En definitiva, será difícil que sea bueno el decisivo proceso de
alimentación.
Y, claro, si al pesarlo el pollo no ha engordado lo suficiente, será por culpa del pollo. Nada
tendrá que ver con ese desarrollo deficiente el plan de nutrición, los alimentos que se le ofrecen
al pollo y los procesos de alimentación. Por eso no se habla de otras evaluaciones en la ley: ni
de la polìtica educativa, ni del curriculum, ni de los centros, ni del profesorado…
Además, al pollo no se le engorda solo en la escuela. ¿Qué sucede con el que no tiene en la
familia medios para comer? ¿Qué le pasa al que solo cuenta con lo que recibe en la escuela?
Está muy claro que va a tener muchas dificultades para salir airoso de la competición.
Da la impresión de que la finalidad de la evaluación no es aprender sino aprobar. La meta está
en conseguir buenos resultados, noen despertar el deseo de saber, en hacerse mejores
personas con lo que se aprende. La más deseable y profunda esencia de la educación, al
parecer, es la competitividad.
Es llamativo que el primer párrafo de la ley sea el siguiente: “La educación es el motor que
promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel
educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar
los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito
educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que
representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en
el mercado global”. Como podrá observarse, en un solo párrafo (el que abre el texto) aparece
tres veces la idea de competir. Ese es el eje de la filosofía de la nueva ley. No se trata de llegar
a ser el mejor de nosotros mismos, sino mejor que los demás. No se trata de desarrollarse al
máximo sino de desarrollarse más que los otros. La recuperación de las reválidas no es más que
la instalación de una cadena de obstáculos que condena al fracaso a quienes peores
condiciones tiene para superarlos. La finalidad del aprendizaje es pasar esa prueba. El fin es el
éxito en el control que decide quién sigue y quién no.
¿Qué pasa con los pollitos que no pesen lo suficiente? Esos no sirven, no pasa nada con que
se pierdan. Lo importante es que sigan los mejores.
Las funciones más poderosas de la evaluación son, ahora, las más pobres desde el punto de
vista educativo. La evaluación no sirve para dialogar, para comprender, para mejorar. Ahora las
funciones más importantes son medir, comparar, seleccionar y clasificar. Hace ya algunos años
publiqué un libro titulado “La evaluación, un proceso de diálogo, comprensión y mejora”. Creo
que el enfoque de la obra no tiene mucha cabida en la filosofía de la nueva ley. En ella lo
importante es competir y ganar. La evaluación es un modo de comprobar que has triunfado,
que has ganado a otros, que has sido seleccionado en el proceso competitivo.
Esas poderosas funciones tienen una dimesión ética insoslayable. Lo único importante parece
ser la dimensión técnica, como si esta fuera neutra, como si no beneficiase a unos y
perjudicase a otros. Ilustra muy bien lo que digo esta imagen tomada del libro “¿A quién
beneficia la escuela?”, de Jacques Halak.
Se trata de una carrera en la que compiten por llegar a la meta diversos corredores. El texto
que figura debajo de la imagen encierra una terrible trampa: “Hemos abierto una escuela igual
para todos, que gane el mejor”. No es cierto que esa escuela sea igual para todos. No es cierto
que vaya a ganar el mejor. Ganará quien no tiene una bola de hierro atada al pie, quien no tiene
una estaca atada a la cintura, quien no tiene una cadena amarrada al tobillo. Ya de partida
sabemos quién va a fracasar. Los pobres, los inmigrantes, los discapacitados, quienes
pertenecen a clases culturamente desfavorecidas, quienes no tienen dinerto para pagarse un
profesor particular… . Los detractotes del sistema educativo, a quienes se les llena la boca con
los pobres resultados de PISA en las pruebas de conocimiento, nunca se refieren al excelente
puesto que ocupa España en la equidad de su sistema educativo. Claro, eso para ellos no tiene
mucha importancia. Probablemente sus hijos tengan muchos medios para ser triunfadores.
¿Qué más les da que otros fracasen?
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1 comentario:

  1. Si consiguen destruir el "sistema" de educación pública, ya será el fin. Ni presente, ni futuro. Podemos prepararnos para pasar cien años de sufrimiento. Nosotros, nuestros hijos y los suyos. Cómo tantas, y tantas sociedades, que a lo largo de la historia, se han venido abajo.
    Lamento no ser optimista.

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